jueves, 14 de mayo de 2009

Juan Jiménez Herrera Rusia a las puertas del socialismo (o de la g


No es habitual que las autoridades legales transmitan sus condolencias a los familiares al fallecimiento de los que se sublevaron militarmente y, menos aún, que los califiquen como auténticos patriotas. Salvo que unos y otros compartan espacio y tiempo tan singulares como la Rusia postsoviética. Así ha ocurrido recientemente: el presidente ruso Dmitri Medvédev transmitió sus condolencias a los familiares del General VarenniKov, jefe militar del Comité de emergencia que se alzara contra la política de Gorbachov en 1.991, y fallecido días atrás a los 85 años de edad. Fenómeno tan curioso debe tener alguna explicación plausible. En realidad, el actual estado ruso, nacido de la ilegalidad del golpe militar de 1.993, y representante de los intereses del capitalismo de carácter criminal-mafioso instaurado, no deja de constituir, al mismo tiempo, una continuidad del estado soviético y socialista, con el que, paradójicamente, no ha roto de forma definitiva. Asumimos que, a primera vista, es esta una afirmación arriesgada y, en cierto modo, aberrante, para quienes, como yo, comunista, en modo alguno desea verse emparentados con los actuales representantes del capitalismo ruso, ni menos aún pensar que la obra del socialismo pueda guardar algún tipo de parentesco con la actual realidad social y estatal rusas.
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Juan Jiménez Herrera
Rusia a las puertas del socialismo (o de la guerra mundial)
00:01h. del Miércoles, 13 de mayo.

No es habitual que las autoridades legales transmitan sus condolencias a los familiares al fallecimiento de los que se sublevaron militarmente y, menos aún, que los califiquen como auténticos patriotas. Salvo que unos y otros compartan espacio y tiempo tan singulares como la Rusia postsoviética. Así ha ocurrido recientemente: el presidente ruso Dmitri Medvédev transmitió sus condolencias a los familiares del General VarenniKov, jefe militar del Comité de emergencia que se alzara contra la política de Gorbachov en 1.991, y fallecido días atrás a los 85 años de edad. Fenómeno tan curioso debe tener alguna explicación plausible. En realidad, el actual estado ruso, nacido de la ilegalidad del golpe militar de 1.993, y representante de los intereses del capitalismo de carácter criminal-mafioso instaurado, no deja de constituir, al mismo tiempo, una continuidad del estado soviético y socialista, con el que, paradójicamente, no ha roto de forma definitiva. Asumimos que, a primera vista, es esta una afirmación arriesgada y, en cierto modo, aberrante, para quienes, como yo, comunista, en modo alguno desea verse emparentados con los actuales representantes del capitalismo ruso, ni menos aún pensar que la obra del socialismo pueda guardar algún tipo de parentesco con la actual realidad social y estatal rusas.

Sin embargo, un análisis objetivo, ajeno a los prejuicios morales en último término señalados, nos enseña que en la Rusia actual las relaciones sociales de producción son artificiales. No son producto de un devenir histórico acumulado, sino el fruto de un corte abrupto; en ellas está ausente la ligazón de la continuidad histórica. El capitalismo ruso se ha visto obligado a realizar una expoliación y acumulación originarias sobre la base de un modo de producción previo, distinto del feudalista o campesino, y, además, sin el recurso del capitalismo comercial y financiero previos, y, lo que es más determinante, de manos de un agente institucional, el estado, distinto de la burguesía. Y no es, histórica ni genéticamente, el estado quien crea al burgués sino éste quien conforma su propio estado. El capitalismo ruso es, pues, un producto de ingeniería política y criminal, carente de anclajes en la historia y sociedad civil burguesa, que siempre lo precede.

El capitalismo ruso es, por el contrario, hijo de la sublevación de una clase, capa o estrato social, la burocracia, la cual, en los derroteros degenerados del socialismo soviético, pudo, durante largo tiempo, ejercer sobre los medios de producción y cambio una suerte de usufructo o situación de privilegio, y quien, desde la atalaya de sus paralelas posiciones privilegiadas en las estructuras estatales, pretendió y consiguió cambiarlas por una relación más estable y segura, la que deriva de la relación de propiedad privada, al uso capitalista. Es ante este escenario histórico, protagonizado por una revolución de la burocracia como clase social, ante el cual surgen importantes e intrigantes interrogantes: ¿tiene autonomía y recorrido histórico esta clase social, excrecencia del socialismo en su degeneración o “falta de pulso”? ¿En ausencia de sociedad civil burguesa previa, puede ser la burocracia el eje de un bloque social hegemónico? ¿Dispone, en suma, la burocracia de los elementos indispensables para estructurar la sociedad y de la facultad de cohesionarla con ideología propia?

Las relaciones internacionales tejidas en torno a Rusia en estos últimos lustros nos ofrecen suficientes argumentos para responder a los planteados interrogantes. Superada la inicial etapa de instauración del capitalismo, al que, entusiásticamente se sumaron todas las potencias capitalistas, no tardaron en reproducirse los rancios prejuicios antirusos y antieslavistas; en revivirse la demonización de las políticas de Rusia como potencia y, en definitiva, prevenirse contra el peligro ruso, utilizando todos los recursos disponibles, entre ellos, fundamentalmente, tejiendo alianzas económico militares con los estados ex soviéticos. Las tensiones actuales en torno a Georgia y las acciones conjuntas de la OTAN son un claro ejemplo. Lo cierto es que el capitalismo ruso es, de entre los grandes centros de poder, el único que no ha sido integrado en el supraimperialismo estadounidense europeo. No ha podido ser engullido por su enormidad (territorial-nacional, militar, económica) y por la real imposibilidad de homologación, según los parámetros aceptables para el capitalismo internacional, de su burguesía (en realidad, burocracia, al modo de una burguesía en funciones) y estado. Los aparatos estatales rusos, el ejército ruso, su judicatura, las formas de producir rusas son todavía “sospechosos” para el capital internacional. La burocracia rusa, como no podía ser de otra forma, no ha conseguido, a los ojos del burgués tradicional, alcanzar la condición de príncipes inter pares; en realidad, no tiene existencia autónoma extramuros del estado ruso y sólo la conserva gracias a este estado.

El apuntado contradictorio, difuso y ambiguo carácter y naturaleza de clase de la burocracia tiene, asimismo, su reflejo en la política exterior activa rusa. Es al tiempo expresión de política de gran potencia y, además, capitalista-imperialista, y, de otra parte, de contención (inconsecuente e interesada) del imperialismo, como lo ejemplifican las recientes maniobras marítimas con Venezuela o la recobrada cooperación militar y económica con Cuba. La política internacional rusa expresa, por tanto, los intereses de la burocracia en su doble papel de burguesía en funciones y continuadora del estado soviético, en un contexto y tiempo histórico en el que todavía no se ha decantado, con carácter concluyente, hacia un sistema u otro. Nada y guarda la ropa; y juega a las dos cartas. Razón por la cual no recibe el plácet de la homologación burguesa internacional.

Semejante proyecto social, como adelantábamos, carece de recorrido histórico. La burocracia es incapaz de generar un estado y formación social estables. La crisis económica actual en su vertiente de crisis financiera y quiebra estatal, que amenaza a los países del este y, en particular, a la propia Rusia, pondrá a prueba la inconsistencia de la burocracia. En cualquier caso, será barrida, incapaz, como lo es, de parapetarse tras una sociedad que no es creación propia. Su desaparición del escenario histórico puede, no obstante, ahorrarle el oprobio definitivo, si, como, hipótesis plausible, tiende la mano al Partido Comunista y facilita una restauración pacífica del socialismo, eventualidad que no sólo no puede descartase sino que, aislada cada vez más aquella, por las crecientes movilizaciones populares, se antoja como el desenlace más probable, sobre todo al abrigo de una sociedad en la que, gracias a la pervivencia aún de las generaciones vivas del socialismo, están presentes en el imaginario y conciencia colectiva la racionalidad y posibilidad de la relaciones socialistas de producción.

Puede, sin embargo, de la mano de la inconsecuente (y criminal) burocracia, cernirse sobre la humanidad el espantajo de la barbarie, en forma de conflagración mundial. Las provocaciones de los centros imperialistas, atizando las rivalidades interimperialistas (Georgia, Osetia Moldavia, Ucrania etc.), a las que puede poner “oído” la burocracia rusa, se erigirían en la excusa perfecta para desencadenar la guerra destructora que, como último recurso, retiene el capitalismo para poner fin a la crisis de sobreproducción que le aqueja.

Que se verifique uno u otro escenario depende de la fortaleza de las fuerzas mundiales de la paz. En la medida que el movimiento obrero y los movimientos sociales conjuren el peligro de la guerra, más obligada estará la burocracia rusa a decantarse por facilitar una transición incruenta al socialismo y descartar el aventurismo militarista. Y es que, una vez más, socialismo y paz se muestran ante el mundo entero como las dos caras de una misma moneda. tomado de la republica.es