viernes, 11 de septiembre de 2009

Revolucionario y patriota Camino del 130 aniversario del natalicio de I.V. Stalin


En la Rusia contemporánea, enfrentada a la amenaza de ser deglutida por la globalización usamericana, especial actualidad adquiere el tema de “Stalin: revolucionario y patriota”. No deja de ser algo natural, pues el nombre de Stalin, por mucho que se denigre, ha permanecido en la memoria popular como símbolo de la Gran Victoria de 1945, para cuyo 65 aniversario nos estamos preparando. Una victoria que nos pretenden arrebatar. En la Rusia contemporánea, enfrentada a la amenaza de ser deglutida por la globalización usamericana, especial actualidad adquiere el tema de “Stalin: revolucionario y patriota”. No deja de ser algo natural, pues el nombre de Stalin, por mucho que se denigre, ha permanecido en la memoria popular como símbolo de la Gran Victoria de 1945, para cuyo 65 aniversario nos estamos preparando. Una victoria que nos pretenden arrebatar.

Stalin fue un gran revolucionario porque fue un gran patriota y viceversa. Ya en su juventud, a los veintiocho años, en 1907, expuso claramente su credo cosmovisivo sobre el problema de los derechos del individuo y las masas populares. Su concepción era profundamente marxista y patriótica, como correspondía al destino y espíritu de Rusia. En su obra “Anarquismo o socialismo” Stalin escribió:”La piedra angular del anarquismo es el individuo”, cuya liberación, en su opinión, es la condición principal para la liberación de la masa, del colectivo. Para el marxismo, la piedra angular es la masa, cuya liberación es la condición fundamental para la liberación del individuo.

El planteamiento de Stalin sobre esta cuestión: ¿Qué debe prevalecer, los derechos de un individuo aislado o los derechos de las masas trabajadoras?, es algo que adquiere en nuestros días una especial relevancia. Y ante todo es así, porque el régimen gobernante asentado en Rusia intenta conseguir por todos los medios que el liberalismo beligerante, con su inmutable primacía del individuo aislado sobre el colectivo, se convierta en la ideología dominante.

Es lo que exige la anarquía de las relaciones de mercado, su principio de que “El más fuerte triunfa”. El patriotismo exige exactamente lo contrario: “¡En la lucha por la independencia de la patria y su libertad, por la independencia y libertad de cada uno de sus hijos e hijas, vence el pueblo!”

No puede existir la libertad del individuo en una sociedad que no sea libre, libre de la explotación del hombre por el hombre. Es una verdad marxista, patriótica, a la que Stalin nunca renunció. Él no separaba el patriotismo del socialismo. No separaba los derechos del individuo de la obligación de luchar por la auténtica libertad de su pueblo, algo imposible si no se someten los intereses personales a los colectivos.

En la Rusia criminal y oligárquica, amenazada de perder su independencia, cualquiera que se plantee su destino, lo quiera o no, está obligado a dar prioridad a uno de los dos principios formulados por Stalin: “todo para el individuo” o “todo para las masas”. La elección de esa prioridad, dependerá de la postura que adopte cada persona, si asume las posiciones del liberalismo o las del socialismo.

En la época de Stalin –un tiempo de preparación ante la inminente agresión de la Alemania fascista contra la URSS- la preeminencia de los intereses colectivos, sociales sobre los individuales, puede decirse que se llevó hasta sus últimas consecuencias. Precisamente en ese tiempo, Stalin adopta una decisión, que solo puede calificarse de revolucionaria: renunciar directamente a la idea de la revolución a nivel mundial –algo considerado axioma en el Komintern y el partido bolchevique- y tomar la línea de la construcción del socialismo en un solo país: la URSS. No solo se trató de una decisión revolucionaria y patriótica, sino que determinaría la lucha implacable de Stalin y el partido contra Trotsky y el trotskismo.

Ahora que ya es historia, podemos, no solo presuponer, sino responder con exactitud a la pregunta de qué hubiera sido de Rusia de vencer las tesis trotskistas sobre la revolución permanente. El país hubiera desaparecido bajo la bota del fascismo. No hubiera existido la Gran victoria de 1945.

Como es sabido, la idea misma de la victoria de la revolución socialista originariamente en un solo país, pertenece a Lenin. Fue él quien definió las orientaciones generales de la transformación socialista de Rusia: Industrialización (plan GOELRO), cooperativización del campesinado y la revolución cultural. ¿Pero qué debía prevalecer en la creación de la base material y técnica de una industria moderna, de dónde coger los medios para la industrialización, cómo conducir al campesinado por el cauce del colectivismo, contando con la oposición de los campesinos ricos (kulaks) y las dudas del campesino medio, cómo llevar a cabo la revolución cultural, para que trajese como resultado el desarrollo forzoso de la ciencia y la técnica y la rápida capacitación de un ejército entero de especialistas en los diferentes sectores de la economía nacional? No había respuestas a estas preguntas. Pero había que encontrarlas lo antes posible. La historia nos obligaba: el país se encontraba en un cerco capitalista, que nos amenazaba con la guerra para destruir al único estado socialista del mundo. Todo esto exigía algo de lo que apenas se habla en los trabajos de los clásicos del marxismo-leninismo, -conocimientos de las tendencias punteras de la geopolítica mundial, de las principales tendencias del desarrollo económico, militar y político en la esfera internacional.

Dicho de otro modo, exigía el conocimiento de los problemas directamente relacionados con la garantía de seguridad de la Unión Soviética, así como la delimitación de las fronteras de expansión de los intereses de estado en el mundo. La historia obligaba a Stalin a valorar como político, de una manera serena, la situación geopolítica del país, a ver los puntos fuertes y débiles de esa situación, sin los que sería imposible desarrollar una estrategia de desarrollo socialista.

Algo que hoy nos parece incuestionable, el que la industrialización hubiese que comenzarla por la creación de la industria pesada ( la construcción de maquinaria pesada), no lo era tanto en aquel entonces, cuando se discutía por dónde empezar, y qué era más importante, si el pan o el metal.

Stalin tuvo entonces que demostrar lo que hoy parece evidente. Y hacerlo ante la resistencia rabiosa de los desviacionistas en el partido de “izquierda” y de “derecha”. Hoy nos sorprende la perspicacia -a la postre decisiva- de Stalin en la valoración de la inminente guerra: “guerra de máquinas, guerra de motores”. Entonces, fue necesaria su voluntad inquebrantable en la creación y desarrollo de nuevos sectores de la industria, de importancia estratégica: fabricación de automóviles, de aviones, de tractores etc. Todos trabajaban para la producción de nuevos tipos de armamento.

En muchos enfoques geopolíticos, Stalin fue también un revolucionario innovador. Precisamente sus cálculos geopolíticos, le obligaron a emprender una industrialización forzosa, nunca vista en la historia. Las gentes del ámbito científico, con mentalidad de estado, supieron entender y valorar la estrategia estalinista de movilización económica. La idea misma de la creación de una economía así, fue en ese tiempo de ruptura, revolucionaria, salvadora para el país. El famoso escritor inglés, físico y activista social, Charles Snow, escribió: “La particularidad de Stalin no residía en gran medida en lo que hacía, sino en cómo lo hacía. La fórmula del “socialismo en un solo país” era más rígida que otras fórmulas, igual que era más rígida la concepción estalinista de los tiempos de industrialización de Rusia. Era imprescindible convertir a la fuerza el país en potencia industrial, en unos plazos equivalentes a la mitad de la vida de una generación, en caso contrario sería un fiasco. Stalin sin duda estaba en lo cierto haciendo eso y otras muchas cosas”. Añadiremos a lo dicho por Snow: no solo por la fuerza logró Stalin los objetivos marcados. En primer lugar confiaba en la conciencia de las masas y en su trabajo creador, en su entusiasmo. Y no se llevaba a engaño.

Unas condiciones geopolíticas tan adversas para la URSS –un escandaloso retraso industrial y el cerco poco amistoso- condicionaron la imprescindible aceleración de la colectivización. El campesinado en su mayoría no estaba preparado. Stalin convenció al partido: no hay otra salida que emprender la colectivización de las haciendas campesinas desde arriba. Fue una decisión revolucionaria en nombre de la salvación de la patria socialista.

Referente a los “errores” de la época de la colectivización; Sholojov decía en 1954: “el error es una desviación de lo correcto, de lo firmemente establecido, ¿pero quién sabía entonces dónde estaba lo correcto y cómo hacer lo correcto? Solo una cosa estaba clara: la vieja aldea en todo el enorme territorio de nuestro país….no podía seguir existiendo en ese estado… Y no solo se trataba, de que seguía generando los mayores vicios capitalistas como el campesinado rico, sino que no podía desarrollarse, evolucionar en grandes y potentes haciendas…La pérdida de población de las zonas rurales comenzó antes de la colectivización. La industrialización del país exigía una gran cantidad de mano de obra… Así que sin la colectivización de la agricultura y sin la industrialización, sin una industria pesada, no habríamos podido resistir y vencer en la pasada y terrible guerra. No debemos olvidar. No lo debemos olvidar ni por un segundo”.

Pero pese a todo la revolución desde arriba estaba respaldada desde abajo: el campesino comunal se impuso al campesino propietario. El campesinado aceptó los koljoses, ya que no eran sino una nueva forma del modo tradicional comunal de vida. Stalin como un político realista comprendía que lo nuevo sólo sería aceptado si recogía los valores inmutables del pasado.

Ha habido multitud de especulaciones sobre los trágicos abusos de la colectivización: que si Stalin aniquiló la aldea rusa, que si urdió un genocidio contra el pueblo ruso. ¿Pero por qué entonces ese mismo pueblo produjo millones de tractores, de maquinaria agrícola, de cosechadoras? ¿Por qué entonces millones de jóvenes en zonas rurales quisieron manejar esa técnica? ¿Por qué entonces con una terrible destrucción de aldeas y pueblos en los años de la gran guerra nuestro ejército no conoció cortes en el suministro de víveres? ¿Por qué en los territorios controlados por los partisanos se restablecieron los koljoses y el poder soviético desde abajo? Son las preguntas que evitan todos aquellos que especulan sobre las páginas dramáticas de la gran época estalinista. Igual que pasan de largo ante la verdad objetiva de que la geopolítica es una esfera donde los criterios morales son mucho más amplios y variados que en la vida cotidiana.

Aquí son inevitables las víctimas cuando lo que está en juego es la vida o la muerte de un estado entero y fue precisamente esa cuestión la que había sido impuesta por la historia ante el país de los soviets. De eso no hay ninguna duda ahora que ya se ha dado a conocer el plan de Hitler “Generalplan Ost”.

La geopolítica se define como el arte de la dirección del estado, teniendo en cuenta importantísimos factores de la situación del mundo entero. Stalin dominaba a la perfección ese arte. Uno de los más importantes factores geopolíticos de todos los tiempos ha sido la autoridad internacional del estado, su influencia en el curso de los acontecimientos en el mundo.

Esa autoridad del único estado socialista del mundo podía ser alcanzada en primer lugar por su política social. Sus resultados fueron sorprendentes: se liquidó el desempleo, la miseria, el retraso cultural de la población, se erradicaron numerosas enfermedades como la peste, el cólera, la tuberculosis.

Por primera vez en la historia de la humanidad, en la Constitución de la URSS de 1936 a cada ciudadano se le garantizaba un mínimo social, que podríamos sin exagerar denominar grandioso: el derecho al trabajo y el descanso, la educación gratuita, la asistencia sanitaria gratuita, el derecho a la vivienda y a las prestaciones sociales en la vejez en caso de pérdida de la capacidad de trabajo.

Todo esto ejerció una influencia colosal en el estado de ánimo de los trabajadores del mundo entero y obligó a las potencias capitalistas a llevar a cabo una política económica más o menos socialmente orientada, una vez hubo concluido la Segunda Guerra mundial. Es un hecho incontestable. Cabe destacar que ya antes de la guerra, Roosevelt, uno de los mayores políticos del siglo XX, al llegar a la presidencia de Estados Unidos desarrolló su famoso “nuevo curso” basándose entre otras cosas, en el estudio de la política social y de la experiencia de planificación del desarrollo de la economía en la Unión Soviética.

Impresionantes fueron también lo resultados de la política nacional llevada a cabo en la URSS: la superación del atraso económico, social y cultural de las regiones más apartadas. Pero el principal motivo del fortalecimiento de autoridad internacional de la Unión Soviética en época de Stalin fue el crecimiento sin precedentes del potencial económico y militar del estado soviético que como es lógico, significaba la organización de la producción basándose en los últimos adelantos de la ciencia y la técnica. El “milagro ruso”, así comenzaron a denominar en Occidente a lo que se había logrado en la atrasada Rusia. Pero el origen del “milagro” fue el trabajo libre de explotación. Fue precisamente en la época de Stalin cuando el trabajo se convirtió en motivo de orgullo, honor y heroicidad. Apareció un término que no había existido antes en la historia de la humanidad: “héroe del trabajo”.

La emulación socialista se convirtió en una alternativa real a la competitividad capitalista. La creatividad en el trabajo de los obreros, de los trabajadores de los koljoses, derribó el muro que siempre había existido entre la gente de las artes (escritores, artistas, músicos etc.) y el resto de profesiones. El hombre del trabajo libre creaba en la mina, detrás del telar, en el campo. Creaba y se sentía atraído por el conocimiento, por la cultura. En el primer plan quinquenal se construyeron 1500 nuevas fábricas y cien ciudades nuevas.

Gracias al trabajo creador de las masas –recordemos el movimiento stajanovista- la estrategia estalinista de transformación de Rusia, de un país mayoritariamente agrario en una potencia industrial, se produjo ante los asombrados ojos del mundo. La URSS se convirtió en sujeto de la política mundial, lo que no pasó inadvertido para las mentes lúcidas la víspera de la Segunda Guerra mundial. Entendían perfectamente hasta que punto era importante el papel de Stalin. De todos es conocida la aseveración hecha por Churchill: “Cogió una Rusia con arados, y la dejó equipada con el arma atómica”. Eso lo dijo en 1959, en diciembre, cuando Stalin hubiera cumplido 80 años. Pero pocos saben que veinte años antes, en 1939, la influyente revista usamericana “Life”, que durante muchos años elegía al “hombre del año”, eligió a Stalin. Remarcable la conclusión a la que llega la revista: “La historia puede no quererlo, pero la historia no puede olvidarlo”. Está claro, que los enemigos de clase de Stalin no podían reconocer el amor de la historia hacia el líder del estado socialista: Pero estaban obligados a reconocer su destacadísimo papel en la política mundial.

Tras la victoria de 1945, Churchill se referirá a ello de un modo inequívoco destacando el significado de la grandeza de Stalin para nuestra patria: “Fue una gran suerte para Rusia, que en los años de tan duras pruebas estuviese comandada por un genial e inquebrantable caudillo, como Iosif Stalin. Fue una figura insigne, que se correspondía con la cruel etapa histórica, en la que transcurrió su vida…No, digan lo que digan sobre Stalin, es de esos a los que ni la historia ni los pueblos pueden olvidar”.

Podríamos aquí finalizar la conversación sobre Stalin, como gran revolucionario y patriota de Rusia. Pero no podemos terminar sin detenernos en la cuestión del sentido de la guerra de la Alemania fascista contra la URSS, tal como la veía Stalin. En su intervención en el XVII congreso (enero de 1934), anunció la “variación de la política de Alemania”: empezaba a recordar a la “política del anterior káiser germano”, cuyo objetivo es bien conocido. La destrucción de Rusia como potencia geopolítica. Este objetivo no había variado desde los tiempos de la orden Teutona.

No fue casual el estreno antes de la guerra de la película “Alexander Nievsky”. Stalin vio en la guerra que se avecinaba de la Alemania hitleriana contra la URSS, no solo su sentido clasista (destruir al bolchevismo), sino también el geopolítico. Este último era el más importante y presuponía la eliminación y destrucción de Rusia como la conocemos, independientemente de su sistema social. Hitler se proponía la aniquilación de la cultura nacional y de la forma de estado de nuestros pueblos, su germanización y esclavización, sobre lo que Stalin habló en su famosa intervención del 3 de julio de 1941.

La toma de conciencia por su parte del profundo significado de la inminente guerra, determinó la necesidad del renacimiento en la vida espiritual del país de los principios rusos del patriotismo soviético.

Stalin, mejor que ningún otro político en la dirección de la URSS, comprendía que sin el papel dirigente del pueblo ruso, vertebrador del estado, en las duras pruebas que se avecinaban para el multinacional estado soviético, no se podría vencer a tan cruel enemigo.

Comenzando desde 1934, el partido y el gobierno adoptan un sistema de medidas en el sistema educativo, significativas para el renacimiento del orgullo nacional de los rusos, del patriotismo ruso, y la defensa de la cultura rusa como base de la cultura socialista. Pero lo más importante que ocurrió en los años treinta en la vida espiritual de la sociedad soviética, es el retorno a los cimientos populares tradicionales, comenzando por la restitución en derechos de la familia, minados en los años veinte.

El giro a las tradiciones históricas y culturales del pueblo ruso fue un giro hacia la unidad de clase y la conciencia nacional del hombre soviético. Una unidad, sobre la que durante mucho tiempo no se volvió a hablar en el partido: cualquier mención de lo ruso era considerada una manifestación de chovinismo. Este giro suponía la conexión del socialismo con el patriotismo, lo que tiraba por tierra la teoría de la revolución permanente de Trotsky.

Este último acusó a Stalin de nacional-socialista, y en concreto escribió con indignación sobre la aspiración de recuperar la familia en la URSS: “La revolución ha hecho un intento heroico por destruir el denominado “hogar familiar”, una institución arcaica, rancia y retrógrada… hoy día en este importante terreno se ha producido un giro brusco”. Al trovador del cosmopolitismo “revolucionario” le indignaba también el que “La preocupación por la autoridad de los mayores nos ha llevado a…modificar la política con respecto a la religión”. Con cólera constataba: “Hoy tanto el asalto a los cielos, como el asalto a la familia, se han detenido…”. Por último no podía ocultar su ira con motivo de que el “Gobierno soviético…está restableciendo a los cosacos” y aprobó un decreto para la rehabilitación del cuerpo de oficiales.

Trotsky no cabía en sí de cólera, cuando en la Constitución de 1936 se suprimían todas las restricciones en los derechos, relacionados con el origen social en el pasado.

Trotsky necesitaba una revolución mundial, una guerra civil mundial, en la que a Rusia le correspondía el papel de principal víctima. Stalin aspiraba a defender el socialismo en la URSS y transformarlo en indiscutible factor de influencia en los destinos del mundo.

¿Qué pasó en realidad en los primeros años de los planes quinquenales soviéticos? Conjuntamente con la construcción de la economía movilizada, se estaba dando la movilización de los recursos morales y espirituales de nuestra patria; en primer lugar, tales como el patriotismo ruso, la cultura rusa, que habían servido durante siglos como fundamento espiritual de la unidad de los pueblos en un país plurinacional. El “viraje ruso”, fue un giro hacia la historia milenaria de Rusia, hacia el reconocimiento de que la historia soviética es su continuación, y que sin la unión del pasado heroico, con el presente heroico, no puede haber un futuro heroico. Stalin vio en esto la garantía de la victoria sobre el enemigo, y no se equivocó, como demostró la historia de la Gran Guerra Patria.

El país se preparaba para la lucha contra un despiadado enemigo de clase y geopolítico, en una guerra a muerte. Se necesitaban el odio de clase hacia el enemigo y la responsabilidad por la gran historia de nuestros antepasados.

Y el pacto Molotov-Ribbentrop debe ser analizado únicamente en el contexto de los acontecimientos que le precedieron: con la política de “apaciguamiento” del agresor, con la confabulación de Múnich, que dejaba las manos libres a Hitler, con los intentos de los países occidentales de empujar a Alemania y la URSS a un combate a muerte.

Al firmar el acuerdo con Alemania, Stalin retrasó el comienzo del ataque en dos años, que tan bien vinieron al país. Alejó a 300km de la frontera centros vitales de producción. De no mediar el pacto, Japón nos hubiera declarado la guerra, y en ese caso no hubiéramos podido desplazar desde Siberia las divisiones que salvaron Moscú. Sin la firma del acuerdo, se hubiera mantenido una elevada posibilidad de intromisión de Turquía en el Cáucaso.

Tvardovsky, genio poético de la Rusia soviética supo expresar con exactitud y amplitud la relación del pueblo soviético hacia Stalin:

Lo llamábamos, dejémonos de astucias,

Padre, en nuestro país-familia,

Nada que restar,

Nada que añadir,

Así era en la tierra.

Esto lo escribió tras la tan traída y llevada condena al culto de la personalidad de Stalin. A los grandes hombres los juzgan no los historiadores, sino la historia. La historia, como pensaban los sabios antiguos, es la memoria de los pueblos. Los grandes personajes llevan a cabo grandes actos, que quedan grabados en la memoria histórica de los pueblos. La industrialización, La Victoria en la Gran Guerra patria, el descubrimiento del átomo y el dominio de la energía atómica, la salida al espacio y muchas otras grandes obras, como la imagen de una gran potencia como la URSS, quedarán para siempre en la memoria popular. Están indisolublemente unidas al nombre de Stalin, revolucionario y patriota de Rusia. Y nadie podrá borrar ese vínculo de los anales de la historia.

Guennadi Ziuganov.

Presidente del CC del Partido Comunista de la Federación Rusa