viernes, 19 de septiembre de 2008

La política de alianzas de la izquierda marxista en el inicio del siglo XXI



José Ramón Balaguer Cabrera. Miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba

A partir de sus experiencias propias y del análisis de las victorias y reveses que conforman la historia de las luchas populares, el Partido Comunista de Cuba considera que existe un grupo premisas para la formulación de la política de alianzas, aplicables, no solo a los partidos comunistas, sino a todas las organizaciones marxistas contemporáneas: ¿Cómo caracterizamos la situación y perspectivas del sistema capitalista de producción en el inicio del siglo XXI? A partir de esa definición, ¿qué objetivos nos proponemos?

¿Qué sector o sectores socio clasistas conforma hoy el sujeto o bloque fundamental de la lucha por la consecución de tales objetivos? ¿Qué otros sectores constituyen el espectro de sus aliados potenciales? Y, ¿Cuáles son las condiciones y las bases para el establecimiento de las alianzas entre el sujeto o bloque fundamental de las luchas y el resto de los sectores susceptibles de participar en ellas?

Sólo las dos primeras de estas cuestiones tienen una respuesta universal, categórica e inequívoca, a saber, la caracterización del capitalismo como un sistema social senil, que se encuentra en estado de avanzada e irreversible descomposición, y el objetivo estratégico de construir una sociedad socialista, única alternativa a la barbarie a la que se refiriera Rosa Luxemburgo. Con respecto al resto de los problemas planteados, si bien resulta posible y necesario hacer consideraciones generales que ayuden a darle soluciones adecuadas, son las condiciones imperantes en cada en cada continente, región y nación -y en cada coyuntura- las que determinan el contenido de tales soluciones.

EL Imperialismo Contemporáneo y la Vigencia de la Lucha por el Socialismo.

En virtud del impacto político e ideológico de la desaparición de la Unión Soviética y otros países de la llamada Comunidad Socialista de Europa, que dejó el terreno libre para el afianzamiento de la doctrina neoliberal, junto con una amplia gama de seudo teorías asociadas a ella -como la del "fin de la historia"-, dos mitos han jugado un papel determinante en la producción teórica y política sobre el capitalismo contemporáneo desde principios de la década de mil novecientos noventa: el primero es que la "globalización" provoca una ruptura drástica en el desarrollo histórico de la humanidad, que impide la comprensión y la transformación de la sociedad; el segundo consiste en atribuirle a la llamada Revolución Científico Técnica la capacidad de conjurar o posponer de manera indefinida el estallido de las contradicciones antagónicas del sistema capitalista.

Los fetiches de la "globalización" y la "Revolución Científico Técnica" constituyen la base fundamental de las diversas variantes del tercerismo de nuestros días, que ya no pretenden colocarse entre los polos políticos e ideológicos posteriores al triunfo de la Revolución de Octubre de 1917, es decir, entre el capitalismo y el socialismo, sino que -ubicadas abiertamente dentro del capitalismo- dicen ocupar un espacio "democrático" y "socialmente motivado" entre el neoliberalismo más descarnado (simbolizado por los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Tatcher) y los remanentes del llamado Estado de Bienestar que funcionó en una parte de Europa Occidental durante la segunda posguerra mundial del siglo XX.

Con esta caracterización de "ruptura histórica" y capacidad de "auto renovación permanente" del sistema capitalista de producción, se corresponde: a) una estrategia orientada a limitar los efectos más desestabilizadores del proceso de concentración del poder político y económico, cuya esencia no se plantea alterar en lo absoluto; b) una táctica basada en concesiones dirigidas a conseguir o mantener la tolerancia del capital para el ejercicio de la función de gobierno o la preservación de cuotas de representación institucional, desprovistas de la capacidad de ejercicio del poder político real en cuestiones medulares; c) una definición no clasista del sujeto de las luchas que, a pesar del proceso sin precedentes de concentración de la riqueza y polarización social que se desarrolla a escala universal, pasa por alto la ubicación de los seres humanos respecto a las relaciones de propiedad; d) una definición imprecisa de los "aliados", derivada, en primer término, de la falta de una concepción clasista de quiénes conforman el sujeto fundamental de las luchas y, e) el desempeño de un papel subordinado y secundario en la política de alianzas.

A diferencia de la imagen que proyecta de sí mismo, el imperialismo contemporáneo se caracteriza por el ascenso a un grado cualitativamente superior de concentración de la propiedad, la producción y el poder político, con otras palabras, por la escalada a un grado de concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político, cuyo núcleo lo constituyen los monopolios transnacionales, que se encuentran fundidos con los Estados de las principales potencias imperialistas, los cuales también asumen funciones transnacionales. Este proceso, que constituye la actual etapa del avance hacia la universalización de las relaciones humanas analizado por Carlos Marx y Federico Engels, es al que con mayor frecuencia se alude con el término "globalización". La globalización constituye la continuidad histórica de la tendencia a la universalización del capitalismo, iniciada con la formación del mercado mundial; se asienta sobre premisas políticas y económicas acumuladas en el transcurso del siglo XX y, en particular, durante la segunda posguerra; inicia su etapa de despliegue a partir de los años setenta, es decir, a partir del fin de las dos décadas de crecimiento expansivo de la economía capitalista mundial abiertas por la destrucción de fuerzas productivas ocasionada por la Segunda Guerra Mundial y, recibe un decisivo impulso político e ideológico con la agudización de la crisis y el derrumbe de la Unión Soviética, que le permiten alcanzar su máxima intensidad y violencia.

También a diferencia de los postulados de los apologistas del capitalismo, la llamada Revolución Científico Técnica en modo alguno resuelve o permite posponer de manera indefinida las contradicciones antagónicas del sistema capitalista de producción. El término Revolución Científico Técnica es el más utilizado para hacer referencia al desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas del capital durante la posguerra, que obedeció, entre otros, al estímulo a la intensificación de los procesos productivos provocado por la reconstrucción europea y la carrera armamentista. Pero la noción de conjuro de contradicciones es falsa porque, precisamente, fue este desarrollo el que, a finales de la década de mil novecientos sesenta -una vez reconstruida la capacidad productiva de Europa Occidental y Japón-, provoca el retorno de las crisis de superproducción de mercancías, capitales y de población.

El reinado de los monopolios transnacionales no transcurre -como pretenden quienes imponen la apertura y desregulación unilateral de los países subdesarrollados- bajo el signo de la expansión universal de la inversión productiva, la "transferencia" de los avances de la ciencia y la técnica, el acceso a los mercados del "Primer Mundo" ni el "derrame" de la riqueza. Por el contrario, en una economía mundial sobresaturada de mercancías, capitales y fuerza de trabajo, en la que rige la ley del más fuerte, las empresas monopolistas transnacionales utilizan, con una intensidad sin precedentes, todo su poderío económico y su control sobre las innovaciones científico técnicas, junto con el poder político y militar de los Estados imperialistas de sus naciones de origen, para penetrar en las áreas de mayor desarrollo relativo del llamado Tercer Mundo, con el propósito de absorber o destruir los capitales locales, cuyos mercados necesitan captar para garantizar su propia subsistencia.

El imperio de los monopolios transnacionales entroniza en el mundo subdesarrollado un círculo vicioso de apertura irrestricta a la importación de mercancías y capitales, quiebra de la industria nacional, dolarización o sobre valuación monetaria -que garantiza máxima utilidad en la remesa al exterior de las ganancias-, aumento del desempleo y la informalización del trabajo, descenso del nivel de vida de la población y, por consiguiente, reducción de la capacidad de solvencia del mercado nacional del que se han apropiado. El equilibrio de la balanza de pagos se mantiene, de manera temporal y precaria, mediante el incremento de las tasas de interés destinado a atraer los flujos de capitales especulativos, que constituyen el principal instrumento de expropiación del imperialismo. Como lo demuestra -entre otras- la crisis argentina, una vez succionada toda la sangre, una vez agotadas todas las posibilidades de captación de ingresos y reducción de egresos del Estado nacional dependiente -para poder mantener la espiral del endeudamiento externo-, el cadáver del mercado nacional, que tan diligentemente fue "reestructurado" y "reformado" de acuerdo con las recetas neoliberales, es abandonado por los vampiros, a menos que el temor de un efecto en cadena de la crisis económica y financiera aconseje una operación de "salvataje", que comprometa aún más el futuro nacional.

La senilidad del capitalismo de nuestros días se hace evidente porque una sociedad que, por definición, está asentada en el trabajo asalariado y la venta de mercancías, de manera creciente depende de la reducción del trabajo y los salarios y, por tanto, se ve obligada a acortar el horizonte del mercado que constituye su fuente de subsistencia. La degradación política, económica, social, moral y medioambiental del presente es el mayor signo de que ya el mundo ingresó en la fase de barbarie. Poco duró la fábula del "efecto de derrame", en virtud del cual el mundo entero estaría llamado a alcanzar los niveles de desarrollo económico que hoy monopolizan los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. Son cada día menos los que se resisten a constatar la realidad de que el programa de apertura y desregulación unilateral impuesto por el neoliberalismo no es una ventana al "Primer Mundo", sino una puerta abierta de par en par hacia la crisis política, económica, social y moral. Se engañan quienes piensan que las grandes potencias imperialistas pueden refugiarse en un "Arca de Noé" que las salvará del "diluvio universal".

Los atentados terroristas del 11 de setiembre del 2001 constituyen un trágico e injustificable recordatorio de que las fronteras de las grandes potencias imperialistas no sirven para contener los efectos universales del subdesarrollo, la pobreza, la insalubridad, la incultura, el analfabetismo, el narcotráfico, las guerras, el terrorismo, ni las crisis económicas y financieras que se originan, precisamente, por la incapacidad del capitalismo de orientar la producción hacia la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales de todos los seres humanos que habitan el planeta. Es esta realidad, que ya toca a nuestras puertas, la que coloca a la humanidad frente a la disyuntiva planteada por Rosa: "socialismo o barbarie", con otras palabras, esta es la realidad que reafirma nuestra convicción de que el objetivo estratégico de la lucha de los pueblos tiene que ser la construcción del socialismo.

Desarrollo del Marxismo: clave para determinar el sujeto de las luchas y sus aliados potenciales.

La lucha de clases y la política de alianzas han sido objetos fundamentales del estudio teórico y la práctica política marxista desde los trabajos iniciales de los clásicos. En el Manifiesto del Partido Comunista, Carlos Marx y Federico Engels afirman que "de todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria". A partir de esta premisa, orientan su análisis hacia el papel de los "estamentos medios" -que desempeñan un papel ambivalente entre la burguesía y el proletariado- y derivan sus conclusiones sobre las condiciones en las cuales esos "estamentos medios" mantienen un carácter reaccionario, es decir, cuando "pretenden volver atrás la rueda de la historia" y sobre las condiciones en las cuales pueden llegar a ser participantes de la revolución social, a saber, "cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado". Marx y Engels también enfocan su atención en el lumpen proletariado, que "puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria", pero "está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras".

Con posterioridad a la publicación del Manifiesto del Partido Comunista, muchos autores -algunos de ellos considerados continuadores de la obra de Marx- han pasado por alto la palabra hoy contenida en la afirmación hecha en esa obra de que "solo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria", de lo que se derivan múltiples vulgarizaciones del pensamiento marxista, incluida la noción de que en cualesquiera circunstancias históricas el proletariado está necesariamente llamado a ejercer ese rol, o que ese carácter le está reservado de manera exclusiva. Quienes incurren en estos errores, pierden de vista que fueron los propios Marx y Engels los primeros en analizar problemas tales como el papel de la introducción de nueva maquinaria en el incremento de la competencia entre obreros -y de cada obrero consigo mismo-, el efecto de zapa que la creciente división del trabajo provoca contra la organización y la lucha del proletariado -que, efectivamente, alcanza su máxima expresión con la introducción de la división transnacional del trabajo- y las consecuencias políticas e ideológicas del surgimiento de la "aristocracia obrera" -beneficiada de la explotación más descarnada de las colonias y de otros sectores de su propia clase-, que tendría un impacto decisivo en el auge alcanzado por el reformismo socialdemócrata en el movimiento obrero europeo en el transcurso del siglo XX. En sentido inverso, los vulgarizadores del marxismo también pierden de vista que, con independencia de los cambios ocurridos durante los últimos ciento cincuenta años, la contradicción entre burgueses y proletarios sigue siendo la contradicción antagónica fundamental del capitalismo.

No es la intención de este trabajo profundizar sobre el papel del proletariado -y, dentro de él, el proletariado de las potencias imperialistas- en la actual fase del desarrollo histórico de la lucha de clases. Sin embargo, solo para refutar algunas de las principales seudo teorías en boga, recordemos: 1) que la clase obrera sigue siendo la productora de la casi totalidad de la masa de riqueza social sobre la que se asienta, no solamente el desarrollo, sino la subsistencia misma de la humanidad, por lo que su papel en la lucha de clases sigue siendo determinante y, 2) que, a diferencia de lo ocurrido durante el crecimiento expansivo de la economía capitalista mundial de posguerra, el proceso de valorización del capital dentro de las principales potencias imperialistas ya no es compatible con el incremento general del empleo, los salarios y otras formas de redistribución social, lo que conspira contra el mantenimiento del llamado Estado de Bienestar, todavía hoy erróneamente considerado por algunos como el último y definitivo estadio hacia el que avanza sistema capitalista de producción.

Más que entrar en detalles sobre cuál era la composición socioclasista europea en el momento de redactado el Manifiesto del Partido Comunista u otras obras de Marx y Engels, interesa aprovechar su método de análisis para aplicarlo al mundo actual. En la Rusia zarista, el eslabón más débil de la cadena imperialista a principios del siglo XX, con tres millones de obreros y dieciocho millones de campesinos pobres, Lenin se percataba del rol revolucionario que debía desempeñar el campesinado junto a la clase obrera y, sobre esa base, proclamaba la alianza obrero campesina. La coherencia de este aporte con la tradición marxista resulta incuestionable: en la segunda edición rusa del Manifiesto del Partido Comunista -publicada en 1882- ya Engels analizaba el papel potencial del campesinado pobre ante un eventual estallido de la revolución socialista en ese país.

Mucho se ha escrito durante los últimos años sobre las luchas sociales no originadas por contradicciones clasistas -aunque toda lucha social lleva, de manera inevitable, la impronta de la estructura de clases dentro de la cual se desarrolla. Este elemento debe, sin dudas, ser incorporado al análisis marxista del capitalismo contemporáneo. El punto de vista de Marx es siempre el de la totalidad del espacio de rotación del capital: sí se amplía el espacio de rotación, ha de ampliarse la mirada teórica. Como consecuencia de la universalización de las relaciones capitalistas de producción, que se ha desarrollado bajo los efectos de la ley del desarrollo económico y político desigual formulada por Lenin, el horizonte que abarca proceso de producción material y espiritual del capitalismo ya no es solo -ni eminentemente- europeo, "occidental", cristiano, blanco, masculino, de burgueses y proletarios "puros", regido por los parámetros generales de la democracia liberal burguesa, con un grado de desarrollo económico, político y social relativamente homogéneo y beneficiario de un planeta en el que aún no se habían acumulado los efectos depredadores del capital en el medio ambiente.

La creación de un espacio transnacional único de rotación del capital, que incorpora al proceso de producción material y espiritual de la sociedad burguesa a naciones con diversos grados de subdesarrollo político, económico y social, con religiones y culturas no cristianas -como la musulmana, la hinduista y las africanas, con mayorías y minorías nacionales autóctonas, con poblaciones negras descendientes de los esclavos africanos, con poblaciones asiáticas descendientes de los braseros traídos también en condiciones de esclavitud, con prácticas ancestrales de discriminación de la mujer, entre otras características, implica que una amplia y diversa gama de contradicciones y sujetos socio clasistas pasan a ocupar lugares centrales en la lucha contra el capital. Todos estos factores han de incorporarse al análisis marxista sobre la composición del bloque fundamental de las luchas populares, la identificación de sus aliados potenciales y la definición de las bases sobre las que es posible establecer tal alianza, tanto a escala universal, como en la imprescindible lectura de las circunstancias particulares y singulares en que cada partido o movimiento político marxista desarrolla sus luchas.

Como consecuencia lógica de la intencionalidad política e ideológica sus seudo teorías sobre la omnipotencia del capitalismo contemporáneo, el tercerismo socialdemócrata realiza una lectura parcial, fragmentaria y unilateral de las transformaciones socio clasistas supuestamente provocadas por la "globalización" y la "Revolución Científico Técnica". Entre sus "argumentos" principales resaltan: la "indefensión" en que supuestamente quedan los gobiernos, partidos políticos y sindicatos, como consecuencia de la movilidad transnacional del capital -que le permite a este último migrar si no recibe todo tipo de concesiones y privilegios- y la fragmentación que el capitalismo contemporáneo provoca en la clase obrera y otros sectores socio clasistas oprimidos, con su secuela negativa para la organización y lucha popular.

Con relación a la supuesta "indefensión" en que quedan sumidos naciones y pueblos, cabría decir que es innegable que el capital -en particular, el capital especulativo- utiliza su movilidad como mecanismo de presión y chantaje para obligar a los gobiernos, partidos políticos y sindicatos de distintos países y regiones a competir entre sí, pero también resulta innegable que: 1) la sobresaturación de los mercados de bienes, servicios y capitales, característica de la economía capitalista mundial de hoy en día, obliga al capital a "anclarse" en los crecientemente reducidos espacios a escala global en los que puede garantizar su reproducción ampliada; 2) ese "anclaje" tiene que mantenerse incluso si los gobiernos, partidos políticos y sindicatos del país en cuestión asumen y mantienen una postura de defensa de sus legítimos intereses nacionales y, 3) tal "anclaje" sería aún más sólido y efectivo si los gobiernos, partidos políticos y sindicatos de todo el mundo o, al menos, de una región -como podría ser, por ejemplo, América Latina y el Caribe- logran concertar y unificar sus posiciones de defensa de la soberanía y los intereses nacionales. No es tanta -insistimos- la capacidad que los factores "objetivos", atribuidos a la "globalización" y la "Revolución Científico Técnica, le otorgan al capital financiero transnacional para doblegar a gobiernos, partidos y sindicatos, como el éxito ideológico que ha cosechado al convencerlos de la supuesta fortaleza de un sistema social en estado de descomposición y de la también supuesta debilidad de los pueblos para luchar exitosamente contra él.

En cuanto a las dificultades organizativas y movilizativas para la lucha popular, resulta incuestionable que la metamorfosis del capitalismo contemporáneo provoca cambios en la estructura socioclasista con tendencia a la fragmentación de los sectores que conforman el bloque popular, pero también fragmenta y polariza, quizás aún en mayor medida, a la propia burguesía, porque la forma fundamental de reproducción del capital es la expropiación de unos capitalistas por otros.

Dada la tendencia a la concentración y universalización del capital, hoy podemos afirmar que los "estamentos medios" de la "sociedad global" contemporánea no son solo la pequeña y la mediana industria tradicional, sino también empresas que son consideradas grandes para los estándares del llamado Tercer Mundo, pero sin comparación alguna con el poder de los grandes monopolios transnacionales que necesitan copar sus mercados para garantizar su propia reproducción ampliada. Proyectada ahora a escala universal, se trata de una situación análoga a la analizada en el Manifiesto del Partido Comunista cuando se refiere a los "estamentos medios" que: "caen gradualmente en las filas del proletariado"; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve depreciada ante los nuevos métodos de producción". Cabe, por tanto, rescatar la esencia del análisis marxista para evaluar cuándo los "estamentos medios" del capitalismo contemporáneo pretenden "volver atrás la rueda de la historia" y cuándo se convierten en aliados potenciales del bloque popular. No existe sobre este aspecto medular una respuesta única e inmutable: esa lectura política es necesario replantearla, una y otra vez, en cada coyuntura y en cada lugar.

La Política de alianzas de la Revolución Cubana.

Por la senda de José Martí transita Fidel Castro Ruz en La historia me absolverá cuando realiza una radiografía de la sociedad cubana de mediados del siglo XX y establece las bases para una política de alianzas, abarcadora, integradora y unitaria de todos los sectores socio clasistas entonces oprimidos y explotados -obreros, campesinos, desempleados, pequeños propietarios, profesionales, intelectuales, analfabetos, blancos, negros, chinos, mestizos, católicos, protestantes, hombres, mujeres, jóvenes, ancianos y otros-, política de alianzas que no solo condujo al triunfo de la Revolución Cubana, sino que le sirve para mantener la más amplia y sólida unidad de todo el pueblo, condición indispensable para sortear las múltiples agresiones y escollos que se le han interpuesto en el proceso de construcción del socialismo.

El enfoque abarcador, integrador y unitario de la Revolución Cubana fue el que guió el proceso de transformación de la alianza en unidad y de la unidad en fusión y síntesis de las organizaciones que lucharon contra la tiranía de Fulgencio Batista, el Movimiento "26 de Julio", el Partido Socialista Popular y el Directorio Estudiantil "13 de Marzo", aliadas primero en las Organizaciones Revolucionarias Integradas, aglutinadas después en el Partido Unido de la Revolución Socialista y fundidas y sintetizadas, a partir de 1967, en el Partido Comunista de Cuba, que es hoy el partido único de la nación cubana, no por omisión o exclusión de otras fuerzas políticas democráticas, populares, progresistas y revolucionarias, sino como resultado de la más amplia, profunda y sólida convergencia política e ideológica.

Por la senda de José Martí transita también la política exterior de la Revolución Cubana desde el 1ro. de enero de 1959, dirigida a promover la convergencia, la unidad y la integración de las naciones, pueblos, fuerzas políticas y movimientos populares de todo el mundo, sobre la base de una plataforma antiimperialista, de defensa de la soberanía, la autodeterminación y la independencia, que constituye el punto de partida para el diseño y ejecución de cualquier estrategia orientada a alcanzar el desarrollo económico y social sustentable, con verdadero sentido de justicia y equidad. Con ese objetivo en mente, la Revolución Cubana: 1)estimuló -en su momento- el acercamiento y la colaboración entre la Unión Soviética y demás países socialistas y las fuerzas democráticas, progresistas y revolucionarias del "Tercer Mundo", destinado a fomentar el beneficio mutuo derivado de la interacción de dos vertientes fundamentales del movimiento popular de la segunda mitad del siglo XX; 2) desempeña un papel activo en el Movimiento de Países No Alineados y otros organismos y conferencias representativos del mundo subdesarrollado, en los que se aprecia la agudización de las contradicciones derivada de la crecientemente voraz acción política, económica y militar de un imperialismo; 3) amplía y profundiza sus relaciones con las más diversas fuerzas políticas y movimientos populares del planeta, y 4) mantiene -en correspondencia los requerimientos de cada momento histórico- una indeclinable política internacionalista.

Batallas como la campaña por el no pago de la deuda externa, el combate a la globalización neoliberal y la promoción de la globalización de la solidaridad y, más recientemente, el estímulo brindado al movimiento continental contra el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), constituyen ejemplos de la visión abarcadora, integradora y unitaria de la Revolución Cubana, que parte de la identificación de las contradicciones nacionales y socio clasistas del mundo de entre siglos, agudizadas en grado extremo por el carácter excluyente y polarizador del capitalismo monopolista transnacional. Con esa misma vocación, Cuba incorpora a su batalla de ideas la lucha contra el incremento de la agresividad del imperialismo que, escudado en los actos terroristas del 11 de setiembre del 2001, desata una cruzada belicista contra las naciones, fuerzas políticas y movimientos populares que se enfrentan a su dominación.

Es esta la vocación la que impulsa a la Revolución Cubana a brindarle una atención prioritaria a espacios como el Foro de Sao Paulo y el Foro Social Mundial, que constituyen laboratorios de ideas y acciones en los que se diseña y se someten a prueba la política de alianzas que habrá de rendir fruto a las fuerzas políticas y populares del mundo en el siglo XXI.

La fórmula que el Partido Comunista de Cuba propone para el éxito de la política de alianzas de la izquierda marxista es la concepción de las alianzas como un primer paso hacia la convergencia, la unidad, la fusión y la síntesis de las reivindicaciones, necesidades, aspiraciones e intereses de todos los sectores socio clasistas oprimidos y explotados, es decir, no como una simple y circunstancial coalición electoral en la que distintos factores "negocian" el intercambio de apoyos recíprocos para la consecución de sus respectivos intereses particulares -algo que conduce a contradicciones sobre el camino a seguir y, eventualmente, provoca la ruptura de la alianza-, sino como el inicio de un proceso estratégico, concebido a largo plazo, de construcción de consensos y elaboración de un programa común de gobierno, que no solo enfrente, sino que revierta las secuelas del neoliberalismo, cuya continuidad y resultados estén garantizados por la más amplia y democrática participación y representación de todos esos sectores en su ejecución. Las formas organizativas que adopte este proceso estarán determinadas por las condiciones en que se desarrolla la lucha de cada pueblo, ya sea de uno o varios partidos, un movimiento, un frente, una coalición o una alianza, de la cual se dote a sí mismo el sujeto social revolucionario para emprender ese difícil, pero ineludible camino hacia la unidad.

En América Latina, en los inicios del siglo XXI, la política de alianza de los partidos comunistas y otras organizaciones marxistas tiene un amplio radio de acción en temas como la defensa de la soberanía, la independencia y la autodeterminación nacional, la promoción de una verdadera integración y unidad regional en función de los intereses de los pueblos, la reversión del proceso de apertura, desregulación, privatización y extranjerización de signo neoliberal y la oposición a la guerra y los intentos de criminalizar las luchas populares. Un buen punto de partida en la construcción de nuestras alianzas es la batalla contra el ALCA, que encarna los peores designios anexionistas del imperialismo norteamericano.

Notas:
1 Con palabras del primer secretario del Partido Comunista de Cuba, Fidel Castro Ruz, las empresas monopolistas transnacionales "representan la síntesis más perfecta, la expresión más desarrollada del capitalismo monopolista en esta fase de su crisis general" y, por tanto, "son las portadoras internacionales de todas las leyes que rigen el modo de producción capitalista en su fase imperialista actual, de todas sus contradicciones, y son el mecanismo más eficiente con que cuenta el imperialismo para el desarrollo e intensificación del proceso de supeditación del trabajo al capital, a escala mundial". Fidel Castro Ruz. La Crisis económica y social del mundo, Ediciones del Consejo de Estado, La Habana, 1983, p. 153.
2 Carlos Marx y Federico Engels. "El Manifiesto del Partido Comunista". Obras Escogidas en tres tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1972, t. 1, p. 120.
3 "Los estamentos medios -el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino-, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la historia. Son revolucionarios únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonaron sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado".
4 Ibíd.
5 Ver Prefacio a la segunda edición rusa (de 1882) del Manifiesto del Partido Comunista, Ibíd., pp. 101-102.
6 Ibíd., p.
http://www.cubasocialista.cu/texto/cs0005.htm