lunes, 24 de agosto de 2009

LOS ULTIMOS MOMENTOS DE LIVIA GOUVERNEUR





Siempre Livia a los 47 años de su asesinato
El primero de noviembre de 1961, día cristiano de todos los santos, en horas de la noche, cae en combate la estudiante universitaria y militante del Partido Comunista de Venezuela (PCV) Livia Gouverneur, en una operación de hostigamiento contra cubanos bastisteros que se hospedaban en la quinta “La Hogareña”, en la Av. Principal de Las Acacias, en El Recreo, Caracas. Siempre Livia a los 47 años de su asesinato
El primero de noviembre de 1961, día cristiano de todos los santos, en horas de la noche, cae en combate la estudiante universitaria y militante del Partido Comunista de Venezuela (PCV) Livia Gouverneur, en una operación de hostigamiento contra cubanos bastisteros que se hospedaban en la quinta “La Hogareña”, en la Av. Principal de Las Acacias, en El Recreo, Caracas.
Esta muerte es la primera que registra la Juventud Comunista de la época que venía preparándose militarmente para enfrentar el gobierno adeco de Rómulo Betancourt.
A continuación presentamos fragmentos de un libro que saldrá pronto llamado “La Noche de todos los Santos” que presenta entrevistas a dos de los sobrevivientes de eso sucesos y el documento incautado al embajador gringo Teodoro Moscoso, leído por el Che en Punta del Este. La mayoría de los diálogos de que presentamos – remozados por el autor- son recogidos de testimonio de quienes vivieron y militaron al lado de ella.
A 47 años de esta inmolación rendimos tributo a su leyenda, a su mística militante para que sea ejemplo para la juventud venezolana.
Andrés Eloy Milano, "Carlín"
aemilano3817@yahoo.com
Las últimas horas de Livia
Una pertinaz lluvia cae sobre Caracas. La tormenta azota fuerte la parte norte de la ciudad, este año el “Cordonazo” no anuncia el fin de las lluvias que se prolongan hasta finales de mes. El torrente de agua baja de La Pastora hacia el centro produciendo efectos por las represas que hacen los niños con piedras y cajas. Muchos de ellos fabrican barcos de papel, otros con su ingenio lo hacen de madera. Una pequeña tabla, unos cuatro clavos y pabilo alrededor simulan naves que bajan a gran velocidad y se pierden bajo los carros o chocan contra las aceras.
Escampa. Livia se asoma al portón de la casa y grita: “Bueno muchachos, vamos a ver quién llega primero a la pared de arriba” y señala al norte, en subida, en la pared del seminario. Cronómetro en mano grita: “Ya…”.
Livia Margarita Gouverneur Camero había nacido en San Agustín, caraqueñísima parroquia, en su parte norte, un 15 de julio de 1941. “Muy cerca del antiguo cine Junín”, dicen los que la recuerdan. Y agregan, “en lo que hoy en día es una residencia con el mismo nombre, en la avenida Lecuna antes de llegar a Parque Central”.
– Livia por favor, sale doña Lola, madre de Livia, al medio de la calle, ayúdame con los niños que se van a enfermar, grita con cierto acento llanero.
– Ah, caraj… Livia jugando con los muchachos, de cuando acá, piensa para sus adentros.
– Mamá, recordé que debo ir a la universidad, a seguir con el trabajo de campo…se me hace tarde, responde dando la vuelta violentamente y caminando muy rápido.
Con un gesto se despide de los muchachos, hermanos y vecinos. Entra velozmente al cuarto carga con una muda de ropa y sus enseres personales. La madre la mira, se le acerca y la abraza, al tiempo que le susurra al oído: “cuídate mija, la cosa no está muy buena para que andes por ‘ai’.”
– Despreocúpate, vieja que yo me sé cuidar, responde Livia mirándola fijamente a la cara.
– Claro que tengo que preocuparme, las garantías están suspendidas y hay muchos tiros de noche, carros fantasmas disparando y muchos muertos, dice doña Lola con énfasis. Y agrega: “los adecos no andan con vainas, fíjate lo que dice el periódico de las bandas que con cabillas y pistolas entran y acaban con reuniones...”
– Ujú, ya vas a empezar, ataja Livia, no te extrañe que un día de estos me traigan muerta –, suelta Livia sorprendiendo a su mamá.
– Muchacha del cipote, no digas tanto disparate, exclama doña Lola mientras se persigna y agrega: “que tanta vaina tenemos con que seas comunista. Mira que Betancourt dijo que hay que disparar primero y después que averigüen… lo que estás buscando es que no te deje ir”.
– Me escapo…Además yo muero defendiendo una causa…
– ¿Qué causa del carajo?
-Olvídalo. Es echando vaina, no me creas…de todas maneras, no te preocupes que yo sé lo que hago. Y agrega: “Salgo para Yaracuy y regreso en unos días, allá todo es más tranquilo”.
Se agacha y escoge unas zapatillas de goma. De repente, saliendo de la sala y entrando al cuarto aparece Oneida, con tan sólo 14 años de edad y grita.
– Esos no te lo llevas, esos son míos, increpa Oneida desde lo lejos.
– Coño cuando me muera te vas a quedar con todo lo mío… No seas mezquina, insiste Livia.
– Livia que dejes la vaina esa de jugar con la muerte, grita doña Lola.
Desde el fondo de la casa se oye una voz gruesa que sobresale sobre la de los niños y la de doña Lola: “Bueno ya, que tanta gritería es esa”, es don César Humberto, padre, llanero guariqueño, comerciante en ascenso, conocido como el “Mantequero” quien acomoda las latas de “Los Tres Cochinitos” que trajo de puente Restaurador para distribuir y vender.
–Te agradezco Livia que pases más tiempo en la casa para que ayudes a tu mamá que no se encuentra muy bien que digamos. Y remata: “Y me haces el favor de dejar la fumadera que dejas el cuarto prendío…y cuídate que hay muchos tiros en la universidad”.
Como a casi todos los muchachos de la época, a Livia se le conocía por dos cosas: una extraordinaria lectora, como buena militante comunista y porque fumaba mucho a escondidas de sus padres. Con una voz ronca y un rostro bizarro, como la recuerda Pancho Toro, su voz de mando producía respeto. En Cerro Azul, en las montañas del pueblo de Carabobo, Estado Yaracuy, recibía instrucciones militares desde mediados de 1960, para luego impartirlas a los campesinos que brincaban de susto cuando Livia hacía estallar un niple o una granada con pericia. Muchos lugareños la veían con extrañeza por su destreza en el manejo de motos. “¿Mujé’… manejando motos…abra se visto?”.
Hasta ese día, en cifras redondas, la suspensión de las garantías constitucionales de parte del Presidente Betancourt había dejado en 1961, un saldo de unos 90 muertos, 970 heridos y 1630 presos políticos, cifras oficiales que por lo general eran manipuladas y reducidas a su mínima expresión.
Livia era hija de los guariqueños César Humberto Gouverneur Camero, fallecido a los 65 años en 1978; y Lola Camero de Gouverneur, ambos primos hermanos, fallecida el 1ro. de octubre de 1962, exactamente a los once meses del asesinato de Livia. Hija mayor de la pareja Gouverneur-Camero, ella tenía otros 10 hermanos: Tibisay Gouverneur de Reyes, César Enrique, Roraima (fallecida), Oneida (fallecida), Maigualida, Juan Carlos, Gustavo, Leonardo (fallecido), Irene (fallecida) y Dolores.
Desde niña Livia participa en muchas actividades artísticas, a las cuales era muy inclinada. En teatro, por ejemplo, se destaca con el personaje “Doña Inés” de “Don Juan Tenorio”. Y, según reseña el diario Últimas Noticias de 1959 ([1]), Livia pertenecía a un grupo de teatro que dirigía Hugo José Balzán. La noche del 6 de agosto de 1959 formó parte del elenco que interpretó “El Paraíso de los Imprudentes”, del salvadoreño Walter Beneke. “La obra se desarrolla en ese pequeño mundo existencialista de Paris y en ella se destacan dos ideas, las dos posiciones filosóficas tradicionales: el joven Juan representa el comunismo, las ideas marxistas, mientras que Carlos, representado por José Balzán, es un joven estudiante de nacionalidad norteamericana que defiende los principios católicos (…) Livia Gouverneur hace el papel de Cristina, la libertina adolescente”. También participa como actriz en el grupo “Máscara”, fundado en 1950 por César Rengifo donde trabaja, entre otros, con Oswaldo Orsini, asesinado en las montañas de Cerro Azul, Yaracuy, a los 22 años de edad, en los días que asesinan a Mario Petit en 1962. También Neri Carrillo, dirigente revolucionario, Comandante del FLN-FALN y fundador del Sindicato de Artistas de la Radio y la Televisión, participa en el grupo. Recibe clases allí de Natalia Silva.
El 16 de septiembre de 1959 ingresa a la UCV a la novísima Escuela de Psicología, fundada en 1956, entre otros, por el español Guillermo Pérez Enciso, su primer director y cuya primera legión de graduados sería en 1960. Mandaba la Junta de Gobierno presidida por Wolfgang Larrazábal - que al decir de Kléber Ramírez, “en esos días no había partido de gobierno y tampoco de oposición”.
La Brigada “21 de Noviembre”
Maltrecho políticamente el gobierno al salirse Jóvito del Pacto de Punto Fijo, Betancourt rompe relaciones con Cuba - que se hace efectivo el 28 de noviembre de 1961-. Éste sigue abriendo puertas al exilio de ciudadanos cubanos, entre estos “gusanos”: ex-policías y torturadores batisteros que irían a engrosar las filas de la temible Dirección General de Policía (Digepol).
Estos últimos se dedican, una vez establecidos en varios sitios de la ciudad capital, a apedrear, tirotear y dañar ventanas del Consulado cubano en la Av. Andrés Bello, en el edificio del antiguo Colegio Venezolano de Periodistas (CVP), junto a la ultraderecha venezolana y amparados por el gobierno, ahora de la “guanábana” de adecos y copeyanos.
– Camaradas, revisaron el sitio, habla con voz de mando Héctor Rodríguez Armas, “Car’e loco”, jefe militar de la Brigada “21 de noviembre” de la Facultad de Ingeniería de la UCV del PCV, dirigiéndose a los combatientes de la Unidad Táctica de Combate (UTC), Alejandro Tejero, Antonio Acosta “Rasputín” y Francisco “Pancho” Toro.
Estos jóvenes de la Juventud Comunista del PCV se habían dado cita en el cafetín de Economía, para más tarde, reunirse en un antiguo laboratorio de Física de la Facultad de Ciencias que estaba en desuso que les servía de lugar de encuentro, depósito de propagandas y planificación de tareas. También usaban un cubículo “invadido” en la Biblioteca Central. Por doquier se veían latas de pintura, el famoso Gallo Rojo, emblema del PCV, colgaba en un lateral y tirados en el piso rumas de periódicos viejos de “Tribuna Popular”.
– Sí. Pasamos por la quinta anoche y sólo vimos a tres municipales custodiando. Y ya conseguimos que Livia nos acompañe para que neutralice a esa gente –, responde “Rasputín”. Y agrega:
– Lo correcto es que Livia entre primero y desarme a los policías. Claro que la seguiré de cerca para dar tiempo que estalle el explosivo en el “Opelcito”.
Se refería a un viejo carro Opel “expropiado”, según la jerga de la época, de fabricación alemana, del año 1956, que la brigada tenía escondido por los lados de Ciencia. Además del Ford Mercury que apenas tenía dos días de robado.
No eran advenedizos. Tenían casi dos años haciendo cursos militares por los lados de Montalbán, Estado Carabobo, en una hacienda propiedad de un familiar de uno de los miembros de la brigada. Además de cierta experiencia en operaciones de cierta envergadura. Héctor “Car’e loco”, por haber estudiado en la Escuela Militar hasta llegar a ser brigadier, con experiencia en el combate callejero desde el 23 de enero de 1958, era uno los instructores. Por otro lado, Livia que pertenecía a Humanidades hacía sus cursos en Cerro Azul, en Carabobo, pueblo del Estado Yaracuy, con experiencia en explosivos.
– Por cierto ahí viene Livia, señala Pancho.
– Disculpen la tardanza, coño la familia me retuvo –, dice Livia con su voz fuerte, ronca y no dejando el cigarro para nada. Saluda a todos y la ponen al tanto de lo conversado.
– ¿Preparaste el petardo?, pregunta “Car’e loco”, bajando el tono de voz.
– Sí, claro. Lo tengo en el bolso, responde rápido Livia.
– Esperemos la hora y mientras tanto, me disculpan que tengo que hacer otras vainas. A las cinco nos vemos para salir, dice “Car’e loco”. Los otros se quedan conversando de política.
– Con la salida de URD y de Jóvito del gobierno, este gobiernito se cae, Caraquita Urbina me dijo que “amarraremos los caballos” en las rejas de Miraflores dentro de pocos meses, comenta Pancho.
– Coño, sólo falta que los militares se pronuncien. Están a tirito… que arrechera me dan los camaradas de la dirección, dice Livia saltando de su asiento. Ya se cumplió un año de la plomazón que tuvimos aquí en la universidad contra el batallón Bolívar, y los grandes carajos no aceptaron el apoyo de varios oficiales que estaban en contra de esa intervención.
Se refería Livia a la puesta en práctica por parte de Betancourt y el Alto Mando Militar del Plan Macagua, destinado a sofocar y aplastar la rebelión en Caracas. Ocho batallones de soldados y policías, se congregaron en sus cuarteles prestos a cumplir órdenes. Sin embargo, más de la mitad de los oficiales, entre estos, los que se alzarían en Carúpano y Puerto Cabello, se dirigieron a la jefatura del PCV y MIR y estos respondieron que “era necesario defender la institucionalidad democrática pues Betancourt había sido electo democráticamente. Los oficiales, entre el desconcierto y la desazón, salieron a ponerse al frente de sus batallones para cumplir, sin el menor deseo, las órdenes de Betancourt y el Ministerio de la Defensa.” ([2])
– Del carajo la lectura que hizo el Che en Punta del Este de los papeles que le cojimos al bolsa de Moscoso de su lujoso maletín, habla rápido Livia, tal como era ella, hiperactiva y mordaz para buscar conversación en el grupo. Y agregaba: “Tengo copia del discurso, un camarada lo trajo del Uruguay”…
Quinta “La Hogareña””
Como estrategia de solidaridad con Cuba el PCV y MIR comienzan una campaña de hostigamiento contra los cubanos batisteros que en decenas se hospedaban en pensiones como la quinta “Maicara” e “Hilda”, en Sabana Grande; la “Hogareña” en la Av. Principal de Las Acacias; la “Antillana”, en el Paraíso; “Magda” y “13” en San Bernandino y la “Chateaud Madrid”, de Peligro a Pele el Ojo, en La Candelaria.
Una Unidad Táctica de Combate (UTC) de la Brigada “21 de noviembre” tenía instrucciones de ir a la “Hogareña”. Cuando se acercaba la hora y ya los muchachos estaban suficientemente relajados, Héctor Rodríguez Arma, “Car’e loco”, los alienta.
– Camaradas, el triunfo de la revolución venezolana pasa por defender la revolución cubana que es una esperanza de los parías del continente y la clase obrera. Hoy debemos, por instrucciones de la dirección del partido, hostigar hasta más no poder a esos mal paridos batisteros que huyen de la justicia revolucionaria de Fidel. El cabrón de Betancourt, como todos saben, les da hospedaje por órdenes de Kennedy y la CIA, y los pone al servicio de la Digepol, para perseguirnos y torturarnos hasta la muerte. Recuerden – agrega el jefe militar de la brigada – que no somos asesinos y que allí hay mujeres y niños. Nuestra tarea es cagarlos pa’ que se vayan pa’l coño…cuídense carajo, remata el Comandante, al tiempo que los abraza a uno a uno.
– “Rasputín” y Livia se van en el Opel, ordena con buen tono “Car’e loco”, Alejandro conmigo. Ya Pancho se fue para esperarnos en el sitio indicado.
“Car’e loco” reparte el armamento, escogiendo el su PPK. La Thompson 45 para “Rasputín”. Livia se encinta la Lugger de colección, Pancho se llevó su Browning.
A eso de las 8 p.m. Pancho Toro llega con su Volkswagen rojo y lo estaciona en el sitio indicado. Apaga el carro y ajusta el retrovisor. La cara de asombro que se refleja en el espejo es de película. Es cuando se percata que patrullas de la Digepol custodian una casa a unos cien metros. Afina su vista y ve la bandera de los Estados Unidos. Y dice: “Coño es la casa del embajador Moscoso. Qué cagada. Estas son las vainas de ‘Car’e loco’ ”…Luego de secarse la cara sudorosa dice a sus adentros: “Bueno, a esperar.” Mientras espera ve pasar un carro lujoso que entra a una quinta. Es Capriles, el dueño de Las Novedades. “Coño lo que faltaba, ahora viene el Ministro de la Defensa y se mete en la quinta del frente”, habla en voz baja y se hunde en el asiento del carro.
Mientras tanto, en la av. Principal de Las Acacias, casi a penumbras, Livia y “Rasputín” colocan el Opel en posición. “Rasputín” le hace una seña a Livia, luego que enciende el petardo que no explota, para que busque a los policías. Ella baja y le señala que no hay nadie. Llega el Mercury, se estaciona y los ocupantes comienzan a gritar y disparar al aire: “Viva la revolución cubana”, “Viva Fidel”. “Rasputín” saca su ametralladora y dispara al ras del techo.
– Carajo el petardo no explota, sigan disparando, ordena “Car’e loco”. En ese instante, Livia arranca a correr hacia el Ford Mercury en el momento en que aparece un policía municipal de la penumbra de los lados de la quinta. El policía le dispara a “Rasputín” y Livia se atraviesa en la línea de fuego. Livia cae al suelo y grita: “Me dieron…coño” y “Rasputín” se devuelve, la recoge del piso y la introduce violentamente en el carro donde todos se montan.
– ¿Donde te dieron Livia?, grita desesperado Tejero.
– Llévenme a un médico, me duele esta vaina, atinaba a decir la combatiente.
– Camarada rápido que Pancho sabe donde llevarla, dice Tejero.
Llegan al sitio donde está Pancho esperando y a quema ropa le dicen: “La cagamos le dieron un tiro a Livia”, dice Tejero.
– Coño, cómo va ser…, dice preocupado Pancho, guillo con los digepoles de allá…
Se montan en el carro y van al rumbo al médico. “Rasputín” Comenta: “camaradas, Livia se desmayó”, no se había dado cuenta que estaba muerta. Tejero se queda varias cuadras abajo.
Apenas llegan, Pancho, “Car’e loco” y “Rasputín” con el cuerpo de Livia, una especie de procesión por los Santos en su día los espera allá en El Valle. Todo el mundo ve bajar a Pancho cargando a Livia e identifican al que será famoso con el nombre de “El hombre del Volkswagen rojo”.
Llevada al médico, no había nada que hacer. La bala perfora un pulmón. El galeno dice tajantemente a los jóvenes: “llévensela”. Había que preservar esa “clínica” perteneciente al aparato armado del PCV. Eran aproximadamente las 9:30 de la noche. Los camaradas debían reportarse a las 11 con uno de los responsables de la operación, Antonio José Urbina, “Caraquita”, en un lugar cerca de la Plaza Madariaga, en El Paraíso. Es hora y media de agonía para los combatientes.
Se comunican a las 11 en punto con “Caraquita” y, ante la gravedad del caso, éste les pide media hora más mientras notifica la novedad a sus superiores, supuestamente Guillermo García Ponce. Prosigue la agonía de los combatientes. Luego de pasada la media hora y en otro lugar convenido, “Caraquita” informa que de “arriba” le dicen que dejen el cadáver en una clínica o un hospital. Los jóvenes discuten entre ellos y deciden llevarla a su casa, donde sus padres. Imposible para ellos abandonarla, ella, seguros están, no lo haría con ninguno de ellos. Así deciden desacatar la orden de la dirección del partido y salen rumbo a Sabana del Blanco, en la Pastora.
– Coño, qué bolas tiene esa gente, le dice Pancho a “Car’e Loco”, mientras conduce qué sabroso es dar órdenes. A esa camarada la llevo yo a su casa. Sé donde vive y para allá nos vamos…
(…) No es sino hasta la una o dos de la madrugada del jueves 2 de noviembre, día de los “Santos Difuntos”, y pasadas unas cuantas horas del tiroteo, cuando los jóvenes, identificados como miembros de la FCU-UCV, llegan en el Volkswagen rojo (el señor Gouverneur no se fijó en el número de la placa por lo tenso y oscuro del ambiente, según informa la prensa) a la casa No. 5, entre Centro y San Benito, sector Sabana del Blanco, La Pastora, hogar de los Gouverneur-Camero, tocan la puerta, abre el padre de Livia y se desarrolla el siguiente diálogo, publicado en los diarios capitalinos ([3]) en voz del señor Gouverneur:
­ – ¿Es usted el padre de la señorita Livia Gouverneur?, habla Pancho.
– Sí, responde el señor Gouverneur, ¿Qué sucede?..
– Su hija es una heroína que murió por la libertad y… no ha terminado la frase cuando el escándalo que se arma no deja terminar su discurso y Pancho, entre los nervios y los gritos de los familiares, pide auxilio a los camaradas. Relata el señor Gouverneur: “Dos jóvenes de unos 20 años de edad, me dijeron que en el carro, un Volkswagen rojo, estaba mi hija y que me la enviaba la Federación de Centros de la UCV”.
– Entre los dos jóvenes que me dieron la noticia – comenta el padre de Livia – un tercero que no pude distinguir permanecía al volante del carro en marcha y yo, procedimos a bajar a mi hija, ya muerta…
Súbitamente, los jóvenes entran a la vivienda cargando el cadáver de Livia y lo colocan sobre una cama, en la primera habitación que encuentran, la del medio. La rigidez del cadáver hace imposible enderezarla, casi fracturan sus piernas al acostarla. La madre grita y llora desconsoladamente. La perplejidad es total en la familia, los padres y sus numerosos hermanos no lo pueden creer.
El escándalo despierta al vecindario. Todo el mundo se entera y salen los vecinos a dar apoyo a la familia Gouverneur.
En sus bolsillos, su cédula No. 2.144.638 y su carnet de la Facultad de Humanidades, Escuela de Psicología, UCV, No. 363.
Los jóvenes se alejan del lugar súbitamente. El Volkswagen rojo desaparece en la oscuridad de la noche…