viernes, 5 de septiembre de 2008

Galeano nos habla de Lenin



Nunca escribió, y quién sabe si dijo, su frase más célebre:

-El fin justifica los medios.

También se le atribuyen otras maldades.
En todo caso, no hay duda de que hizo lo que hizo porque sabía lo que quería hacer y para hacerlo vivió. Pasaba sus días y sus noches organizando, polemizando, estudiando, escribiendo, conspirando. Se daba permiso para respirar y comer. Dormir, nunca.

Llevaba diez años de exilio en Suiza, su segundo exilio: era austero, vestía ropas viejas y botas impresentables, vivía en el cuarto de arriba de un zapatero remendón y le daba náuseas el olor a salchichas que subía de la carnicería de al lado. Se pasaba todo el día en la biblioteca pública, y tenía más contacto con Hegel y Marx que con los obreros y campesinos de su patria y de su tiempo.

En 1917, cuando subió al tren que lo devolvió a San Petesburgo, la ciudad que después se llamó con su nombre, pocos rusos sabían quién era. El partido que él fundó, y que iba a conquistar el poder absoluto, tenía todavía escaso arraigo popular y estaba más bien a la izquierda de la luna.

Pero Lenin supo, mejor que nadie, qué era lo que el pueblo ruso más necesitaba, paz y tierra, y no bien bajó del tren y echó su primer discurso en la primera estación, un gentío harto de guerras y de humillaciones pudo reconocer en él a su intérprete y a su instrumento.

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